Es probable que ya estéis familiarizado
con este término y que seguramente seáis uno más de los millones de
consumidores que han sufrido alguna vez sus efectos.
Se denomina obsolescencia
programada u obsolescencia planificada, a la determinación, la planificación o
programación del fin de la vida útil de un producto o servicio; de modo que,
tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o por la
empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio;
éste se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible.
Se considera que el origen se
remonta a 1932, cuando Bernard London proponía terminar con la gran depresión a
través de la obsolescencia planificada y obligada por ley (aunque nunca se
llevase a cabo). Sin embargo, el término fue popularizado por primera vez en
1954 por Brooks Stevens, diseñador industrial estadounidense. Stevens tenía
previsto dar una charla en una conferencia de publicidad en Minneapolis en
1954. Sin pensarlo mucho, utilizó el término como título para su charla.
Estamos hablando de la denominada
obsolescencia programada, la cual hace referencia al progresivo acortamiento de
la vida de un producto con el fin de convertirlo en un objeto de casi “usar y
tirar”, con el consiguiente gasto por parte del afectado al tener que comprar
otro.
La operación es simple. Basta con
la inclusión de pequeños chips en nuestros ordenadores, lavadoras o
televisores, de manera que éstos lanzan un aviso de error o fallo que nos obliga
a su reparación, con la consiguiente sorpresa que nos llevamos al conocer el
precio del arreglo.
¿Cómo afecta esta práctica a
los equipos de impresion y multifunción?
De distinta manera, en el caso de
estos equipos sabemos que por menos de 40 euros podemos adquirir uno, que
sustituir esos cartuchos nos costara mas del doble del importe pagado, por
tanto mejor adquirir uno nuevo. Mas sonado fue el caso de Epson hace años que introdujo en el mercado una
impresora con un contador de páginas que literalmente se bloqueaba al llegar al
número programado para desesperación del usuario. Si por algún motivo deseáis
llevar vuestra impresora a reparar, en primer lugar os encontrareis con que no hay
servicios técnicos disponibles y en segundo lugar tendréis que llamar a un
teléfono que os dirá que la "tarifa plana" de reparación son 120
euros ¡para que repararla!. Salvo algunos distribuidores de Canon que aun
reparan estos equipos, no queda mas en el mercado. Lo curioso es que si te
pasan un presupuesto de reparación de un fax o una impresora antigua y te dicen
150 euros ( lo primero que pensaras es que son unos ladrones) pero la realidad
es que la pieza en cuestión a ellos Canon se la cobra a 100 €, por tanto la
marca sigue controlando el proceso de obsolescencia y cambio, además nunca te
aseguran que tras esa reparación, halla otra avería.
Otro supuesto de cómo se usa la
obsolescencia programada es en los contratos de mantenimiento; en ellos el
usuario final tiene el coste asegurado, en este caso el problema pasa a ser el
SAT, pues este será el cliente final de la marca del equipo. El primero en
introducir este concepto fue Xerox, pero el primero en meter esta práctica
a nivel usuario fue Canon en su CP 660 donde todos los cartuchos de
consumible incorporaban un chip de contador y que bloqueaban toda la maquina al
llegar el momento prefijado. En la actualidad Canon sigue incorporando este
chip en todos los cartuchos de tinta de la serie IPF, por poner un ejemplo. Ni
que decir tiene que tras estas dos marcas, HP por simpatía con la tecnología
Canon, Ricoh, Oki, Kyocera, Toshiba, … siguieron detrás de ellas.
La aparición de proveedores de
piezas y consumibles paralelos o "piratas" (término acuñado por las
multinacionales fabricantes de originales que precisamente son los mayores filibusteros) no resolvió el problema. La
respuesta de las multinacionales fue incorporar un software en las maquinas, de
manera que estas detectaban los consumibles que no eran fabricados por las
marcas y en ocasiones tampoco los que las propias marcas de originales proveían.
Esta última situación quedo de manifiesto en 2011 a raíz de la crisis del
tsunami en Japón donde algunas fabricas quedaron afectadas y ello provoco
roturas de stock a nivel mundial de determinados consumibles. Algunas marcas
optaron por recurrir al sector "pirata" para re envasar y subsanar
esa rotura. El resultado final fue obvio, envases originales y equipos que
"rechazaban" esos consumibles teóricamente originales y suministrados
por el SAT oficial.
Pero ¿por qué el mercado no
castiga a los productores que utilizan la obsolescencia programada, y no
beneficia a la producción de productos durables? La respuesta está en que el
actual sistema de mercado sólo se interesa en el factor precio, y es el precio,
es decir un factor financiero, el que regula la totalidad de las economías
modernas.
Esta práctica afecta a la mayoría
de las marcas y productos tecnológicos, Apple se enfrenta a demandas por este
asunto en Brasil, los portátiles de determinadas marcas se calientan por un
ventilador ¿defectuoso?, en la red de mensajería instantánea Whatsapp, estas modificaciones han implicado la
utilización de un sistema operativo móvil actualizado, excluyendo a los
dispositivos móviles con una versión software anterior del uso de dicha
aplicación, obligando al usuario en algunos casos a tener que adquirir un nuevo
dispositivo si quieren hacer uso de la aplicación. Llegamos ya al punto de que
exista connivencia entre las marcas para el negocio siga funcionando.
Pero también hay defensores de
esta práctica. Ya que para ellos si la obsolescencia programada no existiera,
se realizarían productos indestructibles, la población mundial ya estaría abastecida,
entonces no sería necesario fabricar nuevos productos y la economía mundial se
hundiría.
El último paso en este sentido,
lo han dado los políticos a nivel legislativo. En Francia ya existen
iniciativas para legislar esta situación. Veremos en qué queda todo.
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