En varias ocasiones hemos hablado
en este blog de las impresoras 3D, una tendencia al alza y cuyos usos comienzan
a dispararse conforme avanza la tecnología. En ocasiones, envueltas en la
incertidumbre legal que todavía no se ha regulado, surgen aplicaciones que
despiertan recelos, cuando no cierto miedo. Sin embargo, también nos
congraciamos con esta tecnología cuando su uso sirve para salvar vidas.
La impresión 3D ha experimentado
una notable evolución en los últimos meses. Desde el primer momento en que nos
hicimos eco de esta tecnología, su desarrollo se ha aplicado a diversos campos.
Construcción, aeronáutica o automoción, por citar algunos, empiezan a
beneficiarse de una tecnología a la que le queda mucho camino por recorrer.
Casos como la fabricación de una pieza de un lavavajillas para sustituir otra
descatalogada o la idea de construir una base solar a partir de piezas fibrosas
impresas son una buena muestra de las inmensas posibilidades de la impresión en
3D.
Pero una de las bazas más
importantes de la impresión 3D es la de salvar vidas. De hecho, este formato va
camino de convertirse en un gran aliado de la medicina gracias a su potencial
para diseñar soluciones especializadas. Es el caso del logro de un grupo de
investigadores de la Universidad de Michigan, que han conseguido crear
implantes con una impresora 3D que han solucionado un problema respiratorio que
ponía en serio peligro la vida de un bebé; o el caso de un carpintero
sudafricano, que después de perder los dedos de una mano en un accidente de
trabajo creó un apéndice protésico de bajo coste con una impresora 3D.
Usos útiles, en definitiva, que
hacen ver la tecnología con otros ojos. Y la impresión en 3D todavía tiene que
depararnos muchas sorpresas. Para bien y para mal. Aunque siempre hay que
confiar que lo primero sea más y mejor.
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