Las impresoras se han convertido
junto con los ordenadores personales y los dispositivos móviles, en una
herramienta tecnológica de amplio uso en todo el mundo.
La avalancha de innovaciones
tecnológicas que surgen día a día hacen que todo dispositivo electrónico y
consecuentemente las impresoras, se vuelvan obsoletos rápidamente. Esto ha sido
potenciado por un fenómeno social que anima a reemplazar equipos a menudo para
contar con la tecnología más puntera, aunque estos funcionen correctamente y
sin pensar si realmente necesitamos los más nuevos del mercado. El constante
cambio y rotación de estos equipos se traduce en una mayor generación de
residuos y basura tecnológica altamente contaminante.
Esta realidad por sí misma es
alarmante, pero la agrava el hecho de que muchos de los componentes utilizados
en la fabricación de estos equipos electrónicos son altamente tóxicos, degradan
el medio ambiente y en muchos casos son peligrosos para la salud humana. Solo
por citar algunos ejemplos: el cromo, aluminio, hierro y otros metales usados
para las cubiertas, el cadmio presente en la composición de baterías, el
mercurio, plásticos no degradables, etc.
Según la plataforma medioambiental
Recyclia, de una impresora con un peso medio de 10 kg se pueden extraen
mediante las actuales técnicas de tratamiento 4,8 kg de metales
-mayoritariamente hierro-, 4 kg de una mezcla de plásticos y 310 gramos de
vidrio
¿Y cuánta basura electrónica se
produce en el mundo? Según estimaciones de asociaciones ecologistas el número
es una locura: 40 a 50 millones de toneladas al año, y la tendencia es que el
problema se agrave hasta proporciones incalculables.
Ante tal problema contemporáneo,
es importante tomar conciencia individual y colectiva para paliar los efectos
devastadores de este tipo de contaminación.
Muchos organizaciones intentan
que el problema se soluciones desde las leyes, obligando a los fabricantes a
que construyan sus aparatos con elementos menos perjudiciales, y si esta línea
es correcta no olvidemos que los particulares también tenemos una parte de
responsabilidad.
– Debemos reducir drásticamente
el consumo. Debemos preguntarnos si es preciso cambiar cada año de impresora
para tener una un poco mejor si la actual aún funciona. La compra debería
realizarse siempre por necesidad y no por capricho o por el gancho del precio
que tanto utilizan los fabricantes, para luego pagar los cartuchos a precio de
sangre de unicornio.
– Cuando una impresora ya no nos
sirva debemos intentar reutilizarla, ofrecérsela a un amigo, ONG, o
asociaciones, que se dedican a su reparación y posterior venta para destinar el
dinero obtenido a proyectos sociales o sostenibles.
– Existen empresas que se
encargan reparar daños si los hubiera o reutilizar sus componentes para otras
impresoras y volver a ponerlas en circulación, para así poder extender su
tiempo de vida útil.
Aunque la reutilización siempre
resulta más, si esto no es posible debemos deshacernos de los impresoras que ya
no sirvan en un punto especializado de reciclaje.
Siguiendo los consejos
mencionados sobre estas líneas, habremos hecho una pequeña parte de nuestra
aportación para conseguir reducir la gran problemática de la basura electrónica
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