Del mismo modo que seleccionamos
en nuestra impresora la calidad que queremos en función de nuestras
necesidades, es importante que el papel suministrado vaya en concordancia. Un
soporte no adecuado implica problemas con la tinta o el tóner, mala legibilidad
y, en términos generales, resultados muy por debajo de lo que una impresora
moderna puede ofrecer.
El papel de mala calidad tiene
normalmente un gramaje muy bajo, por lo que resulta demasiado delgado y puede
causar problemas de enrollado u ondulado en las labores de impresión que acaben
interrumpiendo el flujo de trabajo y faciliten los atascos de papel.
Las sombras en los caracteres
impresos también son un problema habitual, ya que un papel de mala calidad no
absorbe adecuadamente la tinta o el tóner. En algunos casos extremos, muy poco
frecuentes pero reales, el papel puede llegar a no absorber en absoluto la
impresión que se aplica sobre él, lo que deriva en un papel que no muestra una
impresión sino solamente un manchado de tinta. También es posible que por la
mala absorción aparezcan colores poco realistas e imprecisos que no consigan
reflejar adecuadamente lo que queríamos imprimir.
Asimismo, un papel de mala
calidad puede mostrar caracteres distorsionados, bordes o texto incompleto,
colores claros, apagados y/o descoloridos, zonas poco claras o borrosas y
manchas y sombras en la impresión, debido a una absorción deficiente del tóner
o de la tinta. Si el papel no tiene una rigidez mínima no se mantendrá estable
durante el proceso de impresión, lo que puede provocar que la imagen o el texto
salgan torcidos.
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